¿Qué tiene la Edad Media para que nos atraiga tanto? Su
historia, su leyenda, despiertan en nosotros algo que nos hace soñar
despiertos. Porque somos muchos los que compartimos esta pasión, hemos decidido
publicar en nuestro blog dos entradas, la escritura en la Alta y la Baja Edad
Media, ya que hay tanto que contar, que merece detallarlo en dos partes…
esperamos que disfrutéis tanto leyéndolo como nosotros publicándolo.
La Alta Edad Media (s. IV-XII) es considerada una etapa en la
que la producción del libro, y la cultura misma, se refugió en los monasterios.
Todos estos monasterios tenían un Scriptorium y en este lugar, trabajaban los
monjes elegidos para la tarea de copiar textos, y donde se guardaban los
libros. Los monjes trabajaban desde la salida a la puesta del sol, ya que
estaba prohibido hacer fuego para evitar los incendios. Con el fin de trabajar
sin interrupción, el acceso al Scriptorium se hacía a través de una escalera de
mano que se quitaba una vez todos los monjes estaban dentro.
En estos talleres, la actividad estaba dirigida por un monje
experto que era el que repartía el trabajo, y que a la vez era el encargado de
la biblioteca. El trabajo en el Scriptorium estaba perfectamente dirigido y
repartido entre los monjes que se especializaban en cada uno de los pasos de la
elaboración de los Códices.
ELABORACIÓN DEL CÓDICE.
Utilizaban como materia escriptórea el Pergamino, que ellos
mismos preparaban con la piel de los animales que criaban en el monasterio. Una
vez matado el animal y desollado, la piel se raspaba hasta que se eliminaban
los pelos y la epidermis; después se descarnaba y se dejaba una fina capa de la
dermis. Una vez realizadas estas operaciones se procedía al estiramiento de la
piel, y después se le aplicaba una capa de barniz o cera para poder escribir
sobre ella, evitando una absorción rápida, y las letras quedaran bien
dibujadas. Se calcula que de la piel de un animal se aprovechaba más o menos
unos 50cm2.
Una variante de pergamino era la “vitela” que se obtenía de
la piel de un animal muerto al nacer, esta variedad daba como resultado una
materia escriptórea mucho más blanca y fina que la del pergamino, y se
utilizaba para realizar Códices que encargaban los reyes, nobles o los altos
dignatarios de la Iglesia.
Cuando el monje Pergamentarius había obtenido el
pergamino, éste se doblaba varias veces para poder obtener los cuadernillos que
formarían el Códice. Un Códice no está hecho de páginas sueltas, sino de pares de
hojas o “bifolia”. Se juntan varios pares de hojas, uno dentro de otro, se
doblan verticalmente por el medio, de modo que puedan coserse por el centro del
doblez, y así queda hecho un libro en su versión más sencilla.
Todos los manuscritos medievales están hechos a base de
cuadernillos, para facilitar el reparto de trabajo y su transporte.
Una vez que el Pergamentarius había plegado las pieles,
pasaba los cuadernillos a los copistas o Scriptor Librarius, que escribían
el texto en tinta negra, cuya base era el plomo. Solían escribir sobre sus
rodillas con una tabla, más tarde aparecería el pupitre.
Evidentemente los códices medievales se escribían a mano. Es
bien conocida la imagen del copista copiando textos con una pluma de ave,
imagen totalmente correcta. Las tintas eran más espesas y viscosas que las
modernas, y se conservan abundantes fórmulas de la época para su fabricación.
Respecto a las plumas, es bien sabido que las mejores plumas
son las cinco o seis más exteriores de las alas del ave. Para un copista
diestro, la pluma debía tener, con objeto de que se ajuste cómodamente a su
mano, una ligera curvatura natural precisamente en su lado derecho, es decir,
debía provenir del ala izquierda del ave, y por tanto, los copistas zurdos
debían utilizar plumas provenientes del ala derecha.
Una vez tenía la pluma adecuada, el copista debía cortar con
un cuchillo pequeño y aguado –un cortaplumas-, haciendo por lo general dos
partes, de forma muy parecida al plumín de una estilográfica. Seguidamente
hacía una hendidura en el centro del extremo; por último apoyaba la pluma sobre
una superficie dura y presionaba en él con la hoja del cuchillo, cortando así
una fracción de milímetro a lo ancho, obteniendo de este modo una punta total y
perfectamente aguda.
Antes de empezar a escribir, el copista trazaba unas rayas
horizontales y otras verticales en las hojas del cuaderno con el fin de que
todas respetaran los mismos márgenes y no quedaran torcidas las líneas de
escritura. Para realizar esta operación de rayado utilizaron el lápiz de plomo
o la rueda dentada.
Al comenzar la copia, el copista solía poner las palabras “hic
íncipit” o “íncipit” y a continuación el título de la obra que solía ser las
primeras palabras de la misma.
Al escribir el texto, el copista dejaba en blanco los huecos
para las letras iniciales (capitales) y las iluminaciones (ilustraciones) que
acompañaban el texto.
Cuando el copista terminaba su tarea, ponía las palabras “hic
explicit” o “explicit”, siguiendo la tradición de los rollos de papiro en los
que esta palabra significaba que el volumen había sido totalmente desarrollo y
el texto finalizaba en ese lugar.
En los códices manuscritos, después del “explicit” el copista
añadía unas líneas donde solía figurar el título de la obra: la fecha en la que
había sido terminada de copiar, el nombre del copista, el monasterio donde
había sido copiado, incluso algún comentario de tipo personal. A todo esto se
le denominaba “suscripción” o “colofón”.
Normalmente en un Scriptorium trabajaban varios copistas cuya
principal cualidad debía ser la regularidad de su escritura, ya que al final
del trabajo se unían cuadernillos de distintos copistas, de ahí que la
regularidad de la letra fuera tan importante.
Son muchas las variantes de “escrituras nacionales” que se
utilizaron desde principios de la Alta Edad Media en los distintos territorios.
En España: la escritura visigótica, en Francia: la escritura merovingia, en Italia:
escritura italiana y beneventiana…
Cuando el texto estaba escrito, el copista pasaba los
cuadernos al “monje Rubricator” que era el que diseñaba las iniciales
decoradas, habitualmente en tinta roja.
Una vez hecha esta operación, realizaba su labor el “monje
iluminator” que era el responsable de ilustrar el códice con: Miniaturas:
(minium, ilustraciones a varios colores, predominaba el rojo, que se extraía
del minio) e Iluminaciones (lumen, significaba luz, se hacían en oro y plata).
Una vez copiados e iluminados los cuadernillos, eran
entregados al “monje Encuadernator” que era el encargado de ordenarlos para
coserlos y ponerles unas cubiertas.
Con el fin de que el encuadernador no se confundiera en la
ordenación, el copista previamente, había puesto unas señales en cada uno de
los cuadernos; estas señales consistían en unas letras griegas, en los
manuscritos bizantinos, o letras latinas o números romanos en los manuscritos
de occidente. A estos signos se les conoce con el nombre de “Signatura
Manuscrita”.
También se utilizó el sistema de “Reclamo”, que consistía en
escribir en el margen inferior de la última cara del cuaderno, la palabra con
la que comenzaba el siguiente cuaderno.
Más adelante se utilizó la “Foliación” que consistía en
numerar (con números romanos o arábigos) las hojas de los manuscritos por el “recto”
(parte frontal)
Y posteriormente surgiría la “Paginación”, sistema por el
cual se numeran ambas caras de la hoja, es decir, “el recto y el verso”.
En la Alta Edad Media vimos dos tipos bien diferenciados de
encuadernación dependiendo del uso que se iba a dar al Códice o de quién había
encargado la elaboración de dicho Códice: una era la Encuadernación
monástica (después de ordenados los cuadernillos, se cosían y se les ponía
unas cubiertas de madera forrada de piel, y en los extremos y en el centro se
clavaban unos “bullones” (clavos de cabeza gruesa) con el fin de que al
colocarlos en los armarios no se deteriorara la encuadernación, ya que se
colocaban horizontalmente uno encima de otro, y no verticalmente como en la
actualidad.
La otra, era la Encuadernación de orfebrería (los
manuscritos encargados por una personalidad importante, o que iban a ser objeto
de regalo a una de estas personalidades se trataba de manera diferente; el
pergamino utilizado era la “vitela”, incluso algunas veces lo tenían en color
púrpura, el texto se escribía en tintas de oro y plata, llevaban múltiples
iluminaciones y la encuadernación se realizaba con tapas de madera que se
forraban con plata, e incluso alguna vez con incrustaciones de piedras
preciosas).
Por último, el “monje armarius” se encargaba de guardar, conservar
y catalogar los manuscritos en unos muebles tipo estanterías denominados “armarius”.
El pergamino era un material que permitía su reutilización, muchísimo
mejor que el material escriptóreo anterior, el papiro.
En épocas de escasez debido a epidemias, guerras, etc, los monjes
reutilizaban los códices eliminando lo escrito, para ello había dos técnicas:
bien raspar las letras con una cuchilla, si el texto tenía poca extensión, o
bien meter el pergamino en leche, durante 24-48 horas, y después introducirlos
en la corriente de un río para eliminar los restos de la leche del pergamino. Tras
cualquiera de las dos técnicas se aplicaba una fina capa de barniz o cera, para
que el pergamino no absorbiese la tinta
posterior y la caligrafía quedase lo más nítida posible. Estos códices
reutilizados recibieron el nombre de “Palimpsestos (borrar otra vez) o Códices
Rescripti” (desencuadernados).
Durante la Alta Edad Media, en la Corte de Carlomagno, se
inició un movimiento cultural conocido como el Renacimiento Carolingio. Dos
grandes novedades de este período fueron la creación de la Escritura
Carolingia, que unificó las distintas variedades nacionales, y en lo que
respecta a la iluminación de los códices, esta época fue iniciadora de “motivos
vegetales” inexistentes hasta entonces.
Os dejamos aquí un vídeo que os será sumamente ilustrativo:
En nuestra siguiente entrada de blog referente a la Edad Media y la escritura, partiremos del siglo XII hasta el XV. Veremos cómo se produjo la secularización de la cultura, la aparición de las primeras Universidades, los Gremios Pergamentarios… pero todo eso será en la segunda parte de… Los amantes de la escritura antigua
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